Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos, y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia debería clavar uno detrás de la puerta. El primer día el muchacho clavó 37 clavos.
Durante los días que siguieron, a medida que aprendía a controlar su temperamento, clavaba cada vez menos. Descubrió que era más fácil dominarse que clavar clavos detrás de la puerta.
Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Su padre le sugirió entonces que retirara un clavo por cada día que lograra dominarse. Los días pasaron, y pudo anunciar a su padre que no quedaban clavos por retirar.
Entonces, el hombre lo tomó de la mano, lo llevó hasta la puerta y dijo:
«Has trabajado duro, hijo mío. Pero mira esos hoyos en la madera: nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia dejas cicatrices como las que ves aquí. Puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero la cicatriz perdurará para siempre»
La ira formar parte de una respuesta de ataque o huida, que entendida y usada de forma sana, la ira sana, puede ayudarnos a detectar problemas, y a luchar para conseguir nuestras metas.
La historia de los clavos representa la ira cuando se convierte en estado habitual, cuando deja de ser sana y se convierte en enormemente perjudicial.
Cuando la experimentamos de forma excesiva, y no tenemos control sobre ella, se produce un “secuestro emocional” que nos impide analizar racionalmente la situación y elegir la respuesta más adecuada.
No te ha pasado alguna vez que tu enfado, tu dolor, o mejor dicho, la sensación de dolor que sientes, es tan grande que explotas y tus respuestas y tu estáis fuera de control.
Bien, cuando esta ira se convierte en habitual, es perjudicial tanto para nosotros, ya que nos impide ser felices, como en nuestras relaciones interpersonales, ya que pueden resultar muy deterioradas (sobre todo cuando esos estallidos de ira se expresan abiertamente).
Como ocurre con cualquier otra emoción, su principal detonante es nuestra forma de percibir y evaluar la realidad. Nuevamente son nuestros pensamientos, creencias e imágenes entendidos de forma exigente los que nos llevan a distorsionar nuestra evaluación de lo que ocurre (percibiéndola más dolorosa de lo que es, manteniendo los sucesos desagadables en nuestra memoria, al recordarlos una y otra vez, etc).
Si mantenemos nuestra acitud exigente cuando no se cumple lo que pedimos, reaccionamos pensando y sintiendo que es terrible, doloroso o indignante, y realmente lo sentimos como cierto y real, y por lo tanto el “responsable” o “culpable” ha de pagar por ello. Esta forma de pensar favorece la ira.
Pero, los demás nunca serán exactamente como queremos, y la mayoria, de las veces, serán muy diferentes a lo que nos gustaría. No es mejor entonces, ¿Aceptar que los demás tienen derecho a ser diferentes de lo que nos gustaría, sin alterarnos?
Por tanto, y teniendo esto en mente, conviene a que nos acostumbremos a no esperar lo que es poco probable que ocurra y sí a tener expectativas realistas que no desemboquen en frustración e ira.
Debemos aprender que la ira es siempre una emoción válida pero expresarda de forma adaptativa.
En próximos artículos daremos las pautas para quien , aún a pesar de intentar cambiar la perspectiva de ver las cosas, no es capaz de controlar la Ira.
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